La
Doma de Caballos
Primera etapa: embozalado
Se puede embozalar embretando al potro en una manga o enlazándolo en
un corral. Una manga adecuada tiene la ventaja de que el animal se
familiariza más pronto con el hombre, pero tiene el inconveniente de que
recibe más golpes. Al usar el lazo, en cambio, todos los movimientos
previos contribuyen a que el animal se asuste; pero con un hábil
enlazador y un corral apropiado los riesgos de accidentes son mucho
menores que si se embozala en la manga.
Debe tenerse especial cuidado en no tironear al potro de las orejas bajo
ningún concepto. Esto suele acarrear en los animales de carácter fuerte,
los problemas típicos del caballo mañero de orejas.
Todos los movimientos que el domador realice en esta primera etapa deben
ser hechos con especial cautela, lentitud y seguridad con el propósito de
disminuir al máximo tanto el temor como los riesgos de accidentes en el
caballo.
Segunda etapa: palenqueada
Uno vez embozalado se lleva al potro al palenque, preferiblemente
tirado por un caballo de cincho para suprimir todo posibilidad de fuga. De
esta manera se evita lo formación de malos hábitos, ya que el yeguarizo
posee uno gran memoria y si tiene éxito en el intento de fugarse,
tratará de repetirlo.
Para atar el potro, se aconseja usar una cubierta de automóvil ensartada
en el palenque, a la cual se sujeta el atador. De este modo la elasticidad
de la cubierto amortiguará los tirones, disminuyendo el riesgo de que el
animal quede resentido en el pescuezo.

Este trabajo no debe durar mucho tiempo, pues el excesivo tironeo provoca
lesiones serias en la nuca, tren posterior, etc., y se corre el riesgo de
obtener animales boleadores debido o una mala palenqueada. Es conveniente
atar largo para dar al potro libertad de movimientos.
Luego se comienzo o soguearlo; poro ello, atando corto al potro, se lo
manea y manosea con el propósito de habituarlo al contacto con el hombre
o quien deberá respetar en adelante. Paro manearlo se aconseja utilizar
la manea redonda, a la que luego se le puede agregar la manea corta para
sujetarlo firmemente.
* 1) Uno vez atado el potro al palenque, el domador deberá
envolver el tronco del caballo a lo altura de lo cinchera, dando dos
vueltas no ceñidas, con el maneador que pasará ambos veces por la
argolla.

* 2) Luego se hace correr ambos lazos hasta la altura de los
riñones del caballo y se deja caer uno de ellos por el anca hasta el
garrón, al mismo tiempo que se ciñen. En este momento, por lo general,
el caballo reacciona violentamente, coceando e intentando disparar. Pero
si está bien atado, sólo dará unas cuantas vueltas al palenque y luego
aceptará la maneo. Entretanto, el domador lo ha acariciado y le ha
hablado.
* 3) Una vez ceñidos los dos armados anteriores, el domador
pasará el resto del maneador por sobre la cruz, y bajando por el pecho,
envolverá ambos remos a la altura del antebrazo, dando una vuelta. El
extremo sobrante del maneador se ata con un nudo al tramo ascendente de
soga que va desde las patas a la cruz, para cerrar la manea.

Convendrá cepillarlo y acariciarlo de ambos lodos sobre todo en el anca,
para obtener docilidad en los patas. A medida que trabaja, el domador debe
observar los reacciones del potro y adecuar a ellas su acción. Por
ejemplo: si tiene intenciones de patear, se deberá trabajar mucho en el
anca; si es manoteodor, convendrá cepillar más los manos; si tiende a
defenderse mordiendo, se deberá acariciar mucho lo cabeza y reprenderlo
cada vez que quiera morder; si es cosquilloso en lo panza o en los
costillas, habrá que cepillar más en estos lugares.
Después de este trabajo, que debe ser breve, con viene desprender la
maneo corto y hacerlo caminar de tiro llevándolo del cobresto, con lo
maneo redonda, lo cual ayudo o enseñarle a cabrestear y también lo
descosquilla.
Una vez que el potro acepte ser manoseado en los patas, conviene manearlo
con el cabresto largo o la manea durante el resto del tiempo que dure la
doma.
Se manea con el cobresto largo (de 5 m) de la siguiente manera: un extremo
del cabresto está prendido en el bozal y el otro se tiro para envolverlo
alrededor de ambos patas. El potro, ya acostumbrado a quedarse quieto ante
el contacto con las sogas, acepto lo operación y el domador entonces
aprovecha poro dar otra vuelta del cabresto o los patas y cerrar la monea
con un nudo.

El amansamiento de abajo debe ser medido y controlado por el domador,
cuidando que el manoseo, el cepillado y la maneo sean aceptados por el
potro sin provocar su aburrimiento, yo que esto produciría un efecto
contrario al deseado.
En esto segundo etapa, el potro está en condiciones aptas para introducir
el hábito de levantarle manos y patas. Es conveniente que el animal
acepte tempranamente esa rutina, ya que durante toda la doma (como
ejercicio obligatorio antes de ensillar), el domador deberá limpiar los
vasos de las cuatro patos. Esto medida no sólo evita los riesgos de
alguna manguera o renguero, sino también consigue un animal manso de
abajo para herrar.
Por último, forman porte de esta etapa de la doma, el aprendizaje por
porte del potro, de cabresteor sin dificultad a la par de un caballo
manso, y también de dar el frente, es decir, presentar la cabeza al
domador en el momento de embozalarlo. Poro este último punto es
importante lograr una buena comunicación con el animal mediante el tono
de voz y los caricias.
Cuando el potro está manso de abajo (aproximadamente en una semana),
estará en condiciones de comenzar o ser galopado o amansado de arriba,
paro lo cual es necesario previamente, tirarle de la boca.
Tercera etapa: tirada de la boca
De acuerdo con las costumbres de doma en Argentina, el potro es
sensibilizado en la boca. Sin embargo hay quienes prescinden de este paso
y logran, no obstante, muy buenos resultados.
Los métodos para tirar de lo boca o un potro, son muchos y todos
eficaces; sin embargo, el sistema explicado a continuación es
recomendable porque asegura uno correcta posición de lo columna vertebral
del potro, y su inmovilidad.
* 1) Colocar el bocado. Luego se pondrá un cinchón, al cual se
prenden por lo parte inferior dos riendillas que, pasando entre las manos,
por el pecho y atravesando las argollas del bocado, llegan a los manos del
domador. En el momento de voltear al potro, las riendillas se le atan al
cogote; luego, en el momento de tirar, el domador las desprende para
iniciar la tirada.
* 2) Manear al potro en las cuatro patas con maneas cortas, y
trabarla con un maneador para poder voltearlo.
* 3) Una vez que el potro está volteado, el ayudante debe pasar el
cabresto par la pata de abajo o la altura del garrón y por la argolla del
bozal, de tal moda que tirando del cobresto, que actúa o modo de aparejo,
se pueda acercar la cabeza del potro hacia el pecho paro obtener lo
posición adecuada. Esta tensión se mantiene hasta que comienzan o actuar
las riendillos.



Como las cuatro patas están juntas, al bajar la cabeza del caballo, mediante el cabresto, su columna vertebral se arquea.
En esta pastura el animal está en condiciones de ser tirado. De esta
manera el domador puede controlar la posición del potro con mayor
facilidad, que si estuviera montado, mientras opera con tranquilidad,
concentrando el trabajo sobre lo encía.
* 4) Paro comenzar, el domador colocado detrás de la cruz, debe
dar con los riendillos parejas, dos o tres tirones secos en la boca.

Luego debe tirar de ellas firmemente y aflojar la tensión en forma
inmediata, sólo cuando el animal trate de liberarse pataleando o
cabeceando. Esta operación debe repetirse solamente tres o cuatro veces.
En cosa de que el potro no reaccionara ante lo tensión ejercida, se
deberá tirar firmemente de las riendillas arrastrándolo en redondo sobre
el suelo, hasta dar una vuelta completa, como máximo, y aflojando
inmediatamente la tensión ante la primera respuesta del animal.
La tirada de la boca sensibiliza la encía y facilita el ablandamiento de
la nuca, lo cual posibilita posteriormente (mediante un hábil manejo del
domador), que el caballo coloque bien la cabeza durante el resto de la
doma.
Cuarta etapa: primeros galopes y suelta
Primera montada:
Una vez cumplida la tirada de la boca, se desmanea al potro de los manos y
se lo incorpora, manteniendo el moneado de los remos traseros, para
proceder o continuación a ensillarlo.
En este momento, el potro está atontado y asustado, pero ya durante el
resto de la doma no será necesario mortificarlo; es oportuno entonces que
el domador trate de tranquilizarlo e infundirle confianza acariciándolo,
hablándole y silbándole mientras lo ensilla.
Cuando está ensillado, conviene hacerle dar una vuelta de tiro y atar
luego el cabresto, corto a la asidera del caballo del ayudante a una
distancio no muy corta para que no se siente, ni muy larga para que no se
enriede. Luego, acortando la distancio hasta que la argolla del bozal
se junte con lo argolla de la asidera, se procede a montarlo, teniendo en
cuenta que no se debe montar mientras existe tensión en el cabresto o
mientras el potro se encuentre en una posición de excesiva rigidez.

Para este paso, el domador debe recurrir o toda su paciencia, porque el
potro suele desacomodarse y moverse de la posición deseada; es frecuente
que cuando se pisa el estribo para montar par primera vez, trate de
caminar hacia adelante o de sentarse, en vez de permanecer quieto. Por
esta razón es también importante la mansedumbre del caballo del
ayudante, ya que en estas circunstancias el domador está ubicado al lado
de sus patas.
Para las primeras montadas, el ayudante debe tratar de que entre su
caballo y el animal nuevo se forme un ángulo no mayor de 45º, lo cual
facilitará la salida de ambos en una misma dirección. Cuando se obtiene
esta posición, debe montarse enseguida; acá es muy importante la
práctica del ayudante.

Conviene salir hacia adelante al primer amago del potro, aunque el domador
no se haya acomodado correctamente en el recado. El ayudante nunca debe
salir en línea recta, sino que dará media vuelta hacia el lado del potro
que está totalmente dominado, con la cabeza levantada y a la altura de la
cruz del caballo manso. Este, si es baqueano, irá recostándose sobre el
potro, y dará tiempo al domador para que se acomode sobre el animal, le
silbe, lo acaricie y le hable.
Si se partiera en línea recta, el potro -a quien en el primer momento
todo lo sorprende-, saldría mirando el campo y por instinto pretendería
disparar o corcovear. Mucho peor sería si el apadrinador arrancara
girando hacia el lado opuesto al del potro: en este caso el potro tendría
la sensación de estar suelto en momentos en que debe sentirse sujeto; por
otra parte, el caballo manso estaría en inferioridad de condiciones para
dominarlo.
Se debe iniciar la marcha preferentemente al trote, pero eso depende del
temperamento del potro, pues si su sorpresa y su afán de disparar son
muy grandes, conviene dejarlo galopar un trecho para que gaste algo de su
energía y luego, mediante silbidos y caricias, se lo atraerá al trote.
Es conveniente que en los primeros momentos el domador trate de moverse
poco. Mientras galopa comenzará acariciando la tabla del cuello; luego
agregará paulatinamente otros gestos, como por ejemplo levantar lo mano,
acariciar el anca y revolear el rebenque.
Respecto del último, es oportuno aclarar que en este momento de la doma
no se debe castigar al animal con él; por el contrario, se tratará de
acariciar el cuello con la lonja, o tocarlo en el lado opuesto, para
variar la dirección de lo marcha, mientras se lo sujeta con las riendas
si intenta disparar.
Intercalando todos estas gestos desde el primer galope, llega el momento
en que el domador estará moviéndose libremente sobre el potro y éste lo
habrá aceptado sin asustarse.
Uno de los aspectos más importantes en la doma es demostrarle al potro
que si bien el hombre es quien domina la situación, es al mismo tiempo,
su amigo. Por lo tanto, las caricias deben ser la base de la doma y no hay
que desperdiciar la oportunidad de premiar con ellas cualquier respuesta
acertada del potro. De esta forma se conseguirá quitarle rápidamente el
miedo hacia el hombre; el potro, por lo tanto, mostrará rápidamente su
temperamento y el domador podrá desenvolverse con más soltura
corrigiendo los defectos o estimulando las buenas condiciones que se
manifiesten.
Al cumplir con esta premisa se evita que animales de fuerte temperamento
reaccionen desfavorablemente ante un mal trato y se convierten en
indómitas o mañeros.
Forma de montar:
Es uno de los pasos a los que debe prestarse gran atención en la doma,
pues representa el momento crítico en que el hombre tiene menos defensas
respecto del animal. ¿Por qué? Porque tiene un pie en el estribo y otro
en el aire, de modo que hasta el momento en que toma asiento está en
desventaja.
Es útil entonces enseñar al potro, durante la doma: a) que acepte el
peso del jinete en el estribo; b) que acepte el desplazamiento del cuerpo
del jinete sin asustarse; c) que acepte el hombre ya montado sin avanzar y
d) que inicie la marcha al paso, recién cuando el hombre se lo indica.
Para conseguir estos resultados, es conveniente seguir, desde la primera
montada suelto, los siguientes pasos:
1. - Tomar al redomón por el travesaño del bozal con lo mano
izquierda -en la que se sujetan también las riendas, el rebenque y el
cabresto- torciendo lo cabeza del animal hacia el lado de montar, para que
éste se sienta sujeto. A esto se llama mancornar. Al pisar el estribo, el
jinete se convierte así en eje de un círculo que describiría el
caballo, en caso de que intentara avanzar.
2. - Al mancornar con la mano izquierda, el jinete queda de hecho
colocado frente a la paleta del redomón. El domador pisará el estribo
teniendo en cuenta que la punta del pie apoye en la cincho, evitando así
las reacciones provocadas por cosquillas; con la mano derecha el domador
se tomará de la parte delantera del recado, buscando ayuda para montar, y
montará bien despacio, sentándose suavemente para que el redomón no se
sorprenda.
3. - Sin soltar el travesaño, acariciará con la mano derecha la
tabla del cuello y la paleta; este paso, aparentemente sin importancia,
debe resaltarse, pues en muy poco tiempo el redomón aprenderá o esperar
esta caricia inmóvil, antes de iniciar la marcha.
La sugerencia de sostener el rebenque con la mano izquierda, y la de
asirse por la parte delantera del recado, obedecen a la finalidad de
evitar que el jinete se siente sobre su mano o sobre el rebenque,
entorpeciendo sus movimientos en el momento en que el potro obliga a
actuar con el máximo de libertad y seguridad.
Primeros galopes:
El primer galope debe ser corto paro evitar el cansancio. Como se está
trabajando con el potro desde hace ya un buen rato, conviene desmontar en
seguida. Es aconsejable en este momento subir y bajar varias veces, para
que desaparezca la sorpresa que el animal tiene cuando siente al hombre
montada por primera vez.
En los primeros tiempos conviene hacer dos galopes por día, aunque para
decidirlo interviene el buen criterio del domador, porque a cada animal
conviene un régimen de trabajo distinto. Si el potro es un poco apocado o
lo afectó mucho el trabajo del primer día (tirada de la boca y demás
ejercicios) debe ensillárselo sólo una vez; en cambio, si es muy fogoso
o demuestra alguna mala intención, es conveniente cumplir con los dos
galopes. El mismo criterio se deberá aplicar con las distancias que se
recorran, evitando el cansancio excesivo, pero asegurándose de que el
potro reciba el trabajo necesario.
No está de más reiterar que el caballo es un animal de mucha memoria, de
manera que las rutinas que fije en éstos momentos en que todo es nuevo
pora él, serán de mucha importancia más adelante.
Es importante tener en cuenta el terreno en que se galopará. No es lo
mismo trabajar en un potrero que en una calle. Sería aconsejable cambiar
terrenos desde el primer día, para que el caballo experimente los
distintos lugares en donde va a actuar.
Durante estos primeros galopes el ayudante irá soltando paulatinamente el
cabresto y recogiéndolo rápidamente ante cualquier reacción del potro.
Es muy importante el tipo de cabresto que se utilice y la forma en que se
lo ata a la asidera, porque un descuido en los detalles produce accidentes
que ocasionan vicios de conducta.
Uso de la asidera:
Se pasa el cabresto por lo asidera, luego por la argolla del bozal y de
allí irá a la mano del ayudante. Téngase bien en cuenta que la última
pasada del cabresto sea por la argolla del bozal, pues de esta manera el
ayudante podrá levantar la cabeza del potro ante cualquier intento de
corcoveo.
Si el potro está bien palenqueado y es dócil, y si el ayudante es
baqueano, conviene no atar el cabresto a la asidera, sino llevarlo en la
mano. De este modo se lo puede largar más rápidamente.
Cobra preponderancia en esta etapa el papel del ayudante, quien debe
tratar de darle al potro la menor cantidad de galopes sujeto a la asidera
que sea posible, pero al mismo tiempo deberá soltarlo sólo cuando esté
seguro de que no corcoveará. El corcoveo es signo de indocilidad (aunque
en los primeros días puede ser una manifestación de miedo); el potro no
debe corcovear durante la doma y debe ser siempre reprendido por esto. Se
sugieren unos golpes secos en la crinera.
Esta etapa del trabajo de doma no se cumple bien cuando, al galopar, un
potro sujeto a la asidera, se lo larga de golpe manejándolo como si fuera
redomón; esto provoca sorpresa y el animal puede reaccionar
desfavorablemente. Pero en ese caso, no falló el sistema de suelta, sino
la oportunidad en que se cumplió. Por ello, es conveniente seguir una
serie de pasos previos para evitar que el animal se sorprenda y quede por
fin completamente suelto, sin que el domador pierda su control sobre él.
El domador y el ayudante trabajan en forma combinada y a medida que
aumenta el trabajo del domador, disminuye el del ayudante.
Mientras el potro marcha sujeto del cabresto por el ayudante, el domador
comenzará a taquearlo; entonces el animal se separará del caballo manso
y el ayudante irá aflojando el cabresto para permitirle que se aleje.
Conviene aprovechar estos momentos para revolear el rebenque, moverse
encima del potro, acariciar el anca y hacer todos los movimientos que le
puedan causar sorpresa, ya que si intentara corcovear, el ayudante lo
levantará del bozal y lo reprenderá dándole un tirón seco en la
hociquera del mismo.
La hociquera del bozal deberá ser por ello, con preferencia chica, para
facilitar el manejo, y si es posible, trenzada.

La suelta:
Cuando el potro acepta mansamente los pasos descriptos arriba, ha llegado
el momento de soltarlo. Se elegirá una oportunidad en que el potro ande
algo separado del caballo manso, marchando al galope (nunca al paso);
entonces el ayudante pasará el cabresto al domador, quien tratará de
alejarse del caballo manso. Ante cualquier reacción indócil del potro,
el cabresto debe volver al ayudante.
Es conveniente practicar esto un día o dos. Sólo cuando se nota que el
potro ha perdido el miedo de estar totalmente suelto, el caballo manso se
adelantará al potro. Una vez que el potro se acostumbro a andar sin
dificultad detrás del caballo del ayudante, el domador cruzará al lado
izquierdo del padrino. Aquí el potro toma conciencia de que está andando
solo, y el cambio de posición puede desorientarlo. Pero como desde el
primer galope se lo taqueó, el potro ya responde a las señas de ambas
manos, y el domador puede manejarlo animándolo, mientras mantiene el
galope, para infundirle seguridad.
Generalmente, a partir de este momento no es necesario atarlo a la asidera
del caballo del ayudante, porque el potrillo se comportará camo un
redomón corriente.
Quinta etapa: redomoneodo
Desde este momento el ayudante marcará el camino al potro, y su
acción se adoptará al temperamento del redomón, permitiéndole que se
adelante si es fogoso, o tomando la delantera para actuar como contendor,
si el animal muestra intenciones de corcovear, o para estimularlo si es
apocado. En todos los casos el ayudante debe tratar de evitar al domador
la obligación de castigar.
Para estos ejercicios conviene utilizar una calle, que dará al animal
nueva la sensación de encajonamiento y contribuirá a que marche en
línea recta.
Si se lo soltara en el campo, una huella de hacienda puede también
ayudarlo a conservar la dirección. Ofrecerle un sendero, aunque parezca
un detalle insignificante, adquiere importancia si se entiende que el
potro está muy confuso por la incorporación de tantas tareas nuevas. Las
salidas siguientes se harán generalmente al trote o al paso, a un costado
o al otro del caballo manso, detrás o punteando. No hay que preocuparse
por hacerlo galopar; sólo, cuando tome confianza, largará el galope.
No conviene molestar al potro en la boca con las riendas, porque a causa
de la tirada de la boca es posible que esté lastimado en las encías; el
mismo peso de las riendas irá sensibilizándolo. Pero antes de desmontar
o en el campo cuando el potro ha detenido la marcha, el domador deberá
hacerle una pregunta.
Cuidando estar bien sentado y con el potro en posición correcta (cabeza y
aplomos), el domador emparejará las riendas y tirará suave pero
firmemente colocando sus manos lo más cerca posible de la cruz, hasta
conseguir que el potro dé un paso atrás. En ese momento aflojará
bruscamente las riendas, para que la presión que se ejercía en las
encías desaparezca, y el animal note bien la diferencia.
No conviene molestar mucho al potro en este aspecto; será suficiente con
cumplir esta operación una vez o dos en oportunidad de que se lo trabaje.
Tampoco es aconsejable tratar de que el potro dé más que un par de pasos
para atrás, pues si se le exige mucho, se conseguirá que se niegue a
recular.
Debe tenerse en cuenta que siempre que se pide al potro dar pasos hacia
atrás, luego se lo debe animar hacia adelante; de esta forma se le
enseña que sólo debe caminar hacia atrás o recular en el momento en que
la tensión de las riendas se lo exigen.
Para obtener buenas bocas es imprescindible un buen asiento por parte del
domador; de lo contraria el tren posterior no entra y como consecuencia no
se obtiene la flexión de nuca deseada.
Cómo ensenarle a parar:
Este es el primer ejercicio que se le enseñará al redomón. Todo se basa
en mantener la sensibilidad en las encías, y una buena colocación de
cabeza. ¿Cuándo no coloca bien la cabeza? Cuando por falta de impulso no
mete el tren posterior, o cuando por un mal asiento del domador o una mala
ensillada que no respete el centro de gravedad-, el potro deja sus patas
atrás y se detiene con la manos.
Estando el domador en lo posición correcta y bien impulsado el potro con
las ayudas, su tren posterior entrará, la nuca flexionará y su cabeza
tomará la posición adecuada. Es entonces cuando sólo le resta al
domador darle al potro algunos tirones en los momentos más oportunos.
Esta es, bien colocada su cabeza, con las riendas bajas y parejas y al
galope cadenciado sobre un piso firme y de preferencia resbaloso, en el
momento en que el caballo está en el aire con sus cuatro patas, el
domador impulsará al potro hacia adelante con el asiento, presionando con
pantorrillas y talón por detrás de la cincha y le dará,
simultáneamente, un tirón seco y único hasta pararlo totalmente. Sobre
este piso, las patas correrán hacia adelante y la cabeza se alivianará,
pues el centro de gravedad se habrá corrido hacia atrás.

En el instante en que el caballo ha parado totalmente, conviene aflojar
las riendas de inmediato, a fin de marcar el contraste de presión
ejercido por ellas. A continuación, y después de acariciarlo para que se
tranquilice, se hará presión nuevamente con las riendas bajas y parejas,
hasta obtener que el caballo dé uno o das pasos hacia atrás (hacerle una
pregunta, como quedó dicho).
Bien grabado este concepto, es decir cuando el potro raye con las patas y
luego dé uno o dos pasos hacia atrás, estará en condiciones de
enseñársele a arrancar hacia adelante y en línea recta. Bien reunido el
caballo, se le aflojarán las riendas bruscamente e impulsándolo con el
asiento y las ayudas se lo hará salir al galope.
Cuando se está trabajando con un potro de encías muy sensibles, conviene
practicar este ejercicio manejándolo de la hociquera, tal como se explica
a continuación.
Manejo del bozal:
Como se ha indicado anteriormente es conveniente, durante la redomoneada,
manejar al potro del bozal, para no molestarlo en la boca. Para esto se
utilizan dos cabrestos prendidos a la argolla del bozal, que actuarán a
manera de riendas sobre la hociquera. Estos cabrestos se manejan en forma
distinta a las riendas, yo que habrá que acortar el cabresto del lado de
adentro en la vuelta. De este modo se consigue una buena posición en
cabeza y columna.


Accionando al caballo hacia adelante con el asiento y las ayudas se
obtiene el máximo de impulso, que será controlado por los cabrestos
prendidos de la hociquera trenzada, dejando las riendas flojas. Así se
puede hacer doblar y parar al animal, manejándolo del bozal.
Entonces, en el momento en que se desea dar la vuelta, se acortará el
cobresto interno, y apoyando esta acción en forma simultánea se ejerce
presión con la pierna del lado opuesto, y detrás de la cincha. Todos
estos movimientos deberán ir acompañados con las señas de rebenque y de
manos, que cada vez se irán haciendo más lejos de la cabeza, hasta que
el potro no los necesite.

Dar rienda:
Se llama dar rienda a enseñar al caballo a seguir la dirección que le
indique la rienda, sin perder lo cadencia, usando la mano adecuada y
colocando bien su nuca y su columna.
Para dar rienda, lo esencial es tratar en lo posible, de llevar el centro
de gravedad del redomón hacia atrás, para tener la cabeza alivianada; de
esta manera nunca se correrá el riesgo de cargarlo en la boca.
Al principio este trabajo debe ser de poca duración -dos o tres vueltas
en cada mano-, describiendo círculos de aproximadamente 100 m de
diámetro, al trate o al galope, en un potrero grande donde el potro se
sienta libre.

No deberá exigirse mucho del redomón que en principio no galopa con la
mano debida. Con el tiempo y con mucha prudencia se podrán achicar los
círculos e ir aumentando las exigencias tanto sea de aires como de
colocación de cabeza.
El domador debe tener en cuenta que el potro irá aprendiendo estos
ejercicios en formo lenta y paulatina, y debe dársele el tiempo
necesario. El caballo irá tomando la rienda en el trabajo diario. El
cambio de mano debe ser uno de los últimos ejercicios.
Cuando un potro sabe galopar con ambas manos en círculo, sólo cambiará
de manos al comenzar a trabajarlo en ochos; esto se hará con el redomón
ya corriente, previamente al enfrenamiento, y con el uso de la espuela. El
domador debe tener bien en cuenta que el cambio de mano debe ser
simultáneo con el cambio de pata, trabajando en la diagonal correcta pues
si cambia de mano solamente, el caballo galopará trabado, con los
inconvenientes del caso.
Todos estos trabajos: rayada, paso atrás, trabajo en círculo y cambio de
mano, son los que conforman la rienda de un caballo. A ellos habrá que
sumarle como último ejercicio, las vueltas sobre su eje, y el arranque en
la dirección en que el jinete se lo mande. Para ello, de vez en cuando se
le hará dar vueltas cerradas sobre su tren posterior, taqueando del lado
de afuera, al mismo tiempo que se aliviará el asiento y se lo apoyará
con las ayudas también del lado de afuera. Con esto se obtendrá que el
caballo, girando sobre sus patas quietas, dé vuelta solamente con las
manos; a medida que lo aprende, el jinete se irá sentando cada vez mejor,
hasta llegar el momento en que, sin señas, con asiento correcto, usando
las riendas y las ayudas, consiga que el caballo gire en ambas
direcciones.
Hay que tener muy en cuenta no causar aburrimiento en el caballo. Todos
estos ejercicios deben intercambiarse sin llegar nunca a ser rutinarios ni
siquiera seguir un arden fijo, de tal manera que el potro no espere la
terminación de un ejercicio para iniciar otro. Sin embargo es
conveniente, antes de enseñar un nuevo ejercicio, repasar los anteriores.
Uso de las espuelas:
Tienen como fin enfatizar y reafirmar las ayudas. Como constituyen parte
del equipo de todo equitador, su uso es indispensable durante la doma para
que el caballo no se sorprenda posteriormente.
Es oportuno usarlas cuando ya el redomón conoce las ayudas, da rienda
para ambos lados y se detiene con el tren posterior. No deben usarse
constantemente a fin de evitar la insensibilización del animal; se
utilizarán preferentemente cuando se trabaja en círculos. Por otra parte
es conveniente emplearlas como ayuda para obtener una rayada correcta; en
este caso se aplican en la zona más próxima a la cincha. Al sentir su
contacto, el caballo se contrae y desplazo el centro de gravedad. Para
impulsar, doblar o trabajar en círculo la espuelo se aplica, en cambio,
algo más atrás.
No deben utilizarse espuelas en caballos de temperamento nervioso o
sensible, y deben retirarse inmediatamente si el caballo les toma miedo.
Bajo ningún concepto las espuelas deben aplicarse delante de la cincha,
porque eso trabo las manos del caballo y éste puede corcovear o caerse.
Trabajos adicionales:
Tal como ya se ha indicado, conviene rebolear el rebenque desde los
primeros galopes; esta práctica se continuará durante el resto de la
doma. También se sugiere que desde la primero semana aproximadamente (es
decir, tan pronto el potro está sujeto por la boca), en lugar del
rebenque se rebolee un cabresto largo, y luego un lazo; ello contribuye a
lograr una mansedumbre total para los distintos trabajos a los cuales se
destine luego el caballo.
El trabajo a la cuerda es importante en la doma, porque con él se
consigue practicar los mismos ejercicios que se le exigirán de montado,
pero sin jinete.
Los trabajos a la cuerda hechos con potras deben ser muy breves para
evitar manqueras o rengueras.
Se ha supuesto que la doma se realiza en un lugar donde el domador no
tiene oportunidad de trabajar con hacienda. Es conveniente en ese caso,
enseñar al potro como un ejercicio más, el arrancar de parado al galope,
y el correr en línea recta sin asustarse, cambiar de mano ni desviarse.
Para ella, antes de enfrenarlo, se lo hace arrancar de parado al galope
con la ayuda de la espuela, usada suavemente.
Hay que tener en cuenta que la sobre-excitación que produce este
ejercicio traerá aparejada alguna indisciplina, como abalanzas, sacudidas
de cabeza, y otras. El domador debe corregirlas cuando vuelve a hacer
ejercicios anteriores, hasta conseguir que el potro tome esta práctica
nueva como un trabajo más. El ejercicio se considera aprendido cuando el
redomón, después de correr, arranca para una nueva tarea al paso o al
galope, según le indique el domador, sin sobresaltarse.
Primera etapa: enfrenamiento
Es la último etapa de la doma. Cobra importancia porque en ello se
produce un cambio de embocadura que debe ser bien recibido por el potro,
si se pretende mantener y aún acrecentar los virtudes adquiridas por el
animal en los trabajos anteriores.
Se considera que un caballo está listo poro su enfrenamiento cuando da
riendo sin seños y raya correctamente.
Para enfrenar, debe utilizarse un freno especial. El día elegido para
enfrenar debe tener un clima propicio, evitándose las temperaturas
extremas o el tiempo ventoso.
Las dos o tres primeros veces se debe colocar el freno sin riendas, y
largar al potro en el corral, sin bozal -poro disminuir el peso que
soporta lo cabezo-, permitiéndole que camine y lo tasque. Debe tenerse
especial cuidado de que en el corral no haya pasto o yuyos, pues si el
potro los mordisquea, se acumulan en la embocadura.
Después del segundo o tercer día, se aconseja colocar un cinchón que,
colgando del anca, pase por los cuartos traseros. De él, se atarán a
cada lado las riendas prendidas, o freno. El caballo se soltará en el
mismo corral que los días anteriores.
El cinchón colocado en esta forma, hace que el potro camine en el corral
metiendo bien sus patas y, como consecuencia, coloque bien la cabeza desde
el principio del enfrenamiento.

Para que el caballo se familiarice con su nueva embocadura, es necesario
tenerlo en la formo descripta, entre 3 y 4 horas diarias, durante tres o
cuatro días.
El freno debe colocarse con la cabezada algo más corta que la posición
normal, pues el potro, recordando lo posición del bocado, tratará de
pasar la lengua por encima de la embocadura. Esto debe evitarse en todo
momento. Sólo se colocará la cabezada en posición normal, cuando el
caballo se haya acostumbrado definitivamente a la nueva embocadura.
Para hacer más agradable al animal el cambio de embocadura, se aconseja
poner sólo azúcar cada tanto en lo boca del potro, mientras esté
enfrenado. Al tercer o cuarto día, ya puede montarse al animal enfrenado.
El domador debe tener en cuento la posición de lo cabeza del caballo,
para lo cual -y partiendo de una buena posición de sentado- el domador
dará rienda al caballo con dos cobrestos sujetos del bozal y con los
riendas sueltas, como en los primeros galopes. El bozal usado en la
oportunidad debe ser muy liviano, para que nada estorbe a la embocadura.
Después de unos días, pueden sustituirse los cabrestos por los riendas;
ahora, cuando se dé vuelta o se trabaje en círculo, el domador debe
agregar a las ayudas correspondientes, la de acortar suavemente la rienda
del lado de adentro, tironeando con los dedos de la mano que corresponde.
 En los primeros días de enfrenado deben evitarse los trabajos bruscos,
limitando la tarea a trotar, galopar y pasear sin mayores exigencias.
Estos ejercicios se irán convirtiendo, progresivamente, en más exigentes
hasta llegar a realizar las tareas con soltura, momento en el cual se
puede considerar finalizada la doma.
Es conveniente tener en cuenta que quien continúe trabajando con el
caballo juega un importante papel a partir de ese momento, ya que con un
buen trato se perfecciona lo aprendido, y a la inversa, con un mal trato
se perjudica una buena doma. |